Parte principal da carta
Querida Frida,
Hace ya meses que desaparecí, me instalé en una casa en la Ciudad de México, y empecé una nueva vida. No significa eso que no te extrañe en las noches, y que de vez en cuando, te dedique mis letras.
Te conocí entre el tequila, hace ya más de un año. Me dijiste ``Quédate niña, estás muy sola y no sabes nada de la vida, quédate en mi casa´´. Desde ese día, me instalé en la hermosa Casa Azul, en Coyoacán. Yo cantaba y tú pintabas. Te convertiste en mi único deseo en todas aquellas noches de borrachera.
A menudo extraño esas veladas, tu risa, tus cejas, que juntas son una golondrina en vuelo… y tu rostro, que nadie ha logrado pintar de verdad. Me enseñaste muchas cosas y aprendí mucho. Sin presumir de nada, agarré el cielo con las manos, con cada palabra, cada mañana. Allí, contigo, amé la vida, te amé a ti.
Mi cariño con la aurora te esperaba, y mis ojos morían sin mirar a los tuyos, pero era necesario arrancar ya los clavos de mi penar. No me puedo atar, a ninguna vida, de nadie. Por eso recogí mis cosas y me marché para no volver. Lamenté no despedirme, pero sería necesaria la fuerza de mil dioses para mirarte a los ojos y dejarte allí. A nadie le gusta la libertad ajena, pero yo necesito ser libre, y como tal, he de pagar el precio de la libertad: la soledad. Yo he vuelto a los bares, a las noches apasionadas y al tequila. Es la forma en la que me gusta vivir, bueno, la única que encuentro.